Verónica V. Rodríguez G.

En la búsqueda, siempre.

“Educar a niños con cáncer es un arte y una bendición”

La directora de la escuela hospitalaria del servicio de oncología del Hospital de Niños resalta la importancia de enseñar a niños con enfermedades terminales

En un salón sin ventanas, pero lleno de figuras de colores, se agolpan niños de todas las edades para recibir las lecciones diarias. Entre risas eternas, un coro de voces infantiles canta: “cinco por una, cinco; cinco por dos, diez…”.

Los chiquillos, siempre tan inocentes, parecen olvidar a ratos que «algo» –que los mayores llaman “cáncer”, con la voz entrecortada− les arrebata las fuerzas. A pesar de los temores de los adultos, ellos continúan siendo niños: corren, ríen, juegan y aprenden. Como todos los niños, hacen preguntas que incomodarían a cualquier padre: ¿de dónde vienen los bebés?, por ejemplo. Pero también hacen algunas que desatarían las lágrimas de cualquier madre: ¿por qué Dios me castiga, si yo siempre me porté bien?; ¿qué pasa cuando mueres?; ¿con quién voy a jugar en el cielo, si no conozco a nadie allá? Dar respuesta a estas dudas es parte fundamental del trabajo de Mildred, docente hospitalaria del servicio de oncología del Hospital de Niños.

“La escuela dentro del hospital es el lugar que les permite a los alumnos-pacientes llorar y reír, manifestando sus necesidades, preocupaciones y temores. Al mismo tiempo, se consigue que el tren del aprendizaje siga en marcha, a pesar de las limitantes de padecer una enfermedad tan cruel como el cáncer”, asegura. “Chu, chu, chu”, interrumpe Camila, una niña de tres años que sufre de sarcoma de Ewing, que escucha atentamente lo que la maestra le dice a un aparatico plateado con una luz roja titilante. Sonriente, Mildred revuelve los rizos dorados de Camila, lanza un “¡Dios la bendiga!”, y continúa: “La escuelita –como la llaman cariñosamente−  hace posible que el niño con enfermedad oncológica prosiga con su aprendizaje social, emocional, cognitivo y académico; elevando su calidad de vida, aun cuando su condición sea terminal”.

A pesar de la cruda realidad que le toca afrontar a diario, la maestra Mildred es muy alegre. Trabaja con el entusiasmo de quien lo hace por verdadera vocación y no por necesidad o por haber caído en un espiral rutinario sin sentido.

Antes de los veinte años, Mildred se graduó de maestra normalista en el Patronato San José de Tarbes; tiempo después decidió estudiar Derecho en la Universidad Central de Venezuela. Tras trabajar una década como abogada litigante, un accidente que llevó a su madre a permanecer catorce años en estado vegetal cambió su vida por completo: dejó el trabajo y durante tres lustros se dedicó en cuerpo y alma al cuidado de la mujer que le dio la vida. Con el tiempo, reencontró en la religión la esperanza perdida: se convirtió en testigo de Jehová y hoy en día intenta llevarles la palabra de Dios a los que más lo necesitan. “Si Dios me dio la bendición de encontrarlo, yo tengo que devolverle esa dicha al universo, compartiendo con los necesitados lo que he aprendido”.

Al hablar de su madre, se le van los ojos hacia un portarretratos escondido entre torres de papeles desde donde la observa un rostro femenino en sepia que evidencia el parecido entre ambas: tez oscura, grandes ojos y una espesa cabellera.

Tras la muerte de aquella mujer que todavía la mira en sepia, Mildred no regresó a su antiguo trabajo; con el apoyo de la Secretaría de Educación de la Alcaldía Metropolitana, consiguió habilitar un espacio del servicio de oncología del Hospital de Niños como aula hospitalaria. Desde entonces −ya hace seis años de eso−, se dedica al cuidado y la educación de niños con cáncer, con la misma dedicación con la que cuidó a su madre en sus últimos años de vida.

«Hay quienes no entienden por qué hago lo que hago, si podría estar trabajando en un bufete y metiéndome un sueldazo. Educar a niños con cáncer es un arte y una bendición. Dios me da las herramientas necesarias para abrir sus mentes y darles la oportunidad de continuar su vida, a pesar de que reciben un tratamiento tan invasivo». Considera que su trabajo va más allá de la enseñanza de la lengua o las matemáticas: «Me gusta pensar que les brindo ‘medicina de colores’ a mis niños. Aquí se les da una terapia no farmacológica que acompaña al tratamiento médico. Son dos caras inseparables de una misma moneda».

“¿Necesitas algo, mi amor?”, dice dirigiéndose a una mujer de unos treinta años que la mira tímidamente desde la puerta del salón. “Disculpe, maestra. ¿Tendrá algunos pañales por ahí? No he cobrado la quincena y no tengo cómo comprarlos”. Mildred se levanta, busca entre los estantes sin éxito. Regresa a su puesto, revuelve un rato en su cartera. Saca unos billetes arrugados en las puntas y le tiende la mano a la mujer, que no se decide a agarrarlos. “Toma, no seas boba. Compralos pañales, una empanadita y un juguito para mi gorda y alguito para ti”. La mujer agradece varias veces, se persigna con los billetes en la mano y se marcha.

Después de la interrupción, la maestra insiste en que el trabajo de la escuela hospitalaria es fundamental para la mejoría de los niños con cáncer y para sus familias. “Aquí intentamos brindarles una formación integral, para que los supervivientes tengan la posibilidad de insertarse en la vida adulta con mayor facilidad”. Cree que los resultados positivos de las aulas hospitalarias son innegables; razón por la cual ha ido a un sinfín de congresos, con el fin de dar a conocer los beneficios de este tipo de iniciativas y enriquecerse con las experiencias de otros docentes hospitalarios del continente. “La pedagogía hospitalaria apenas está naciendo en Venezuela. En otros países, como Chile, la existencia de las aulas hospitalarias se incluye en la propia Constitución. Aquí nos falta mucho para alcanzar ese nivel de conciencia sobre el tema”.

Deja a un lado las formalidades y comienza a contar historias. De repente, se le agua el guarapo recordando. Horas antes tuvo que despedirse de Michael, un joven de trece años que no aguantó la quimioterapia. Con un nudo en la garganta, dice: “A veces también nos toca enseñar a nuestros niños a partir. Diariamente doy a gracias a Dios por darme la fortaleza para ayudarlos a encontrar el camino hacia la luz divina”.

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“La destrucción moral no puede llevar a la inacción”

El doctor Alberto Soto asegura que la batalla contra el autoritarismo debe darse en las calles, acogiéndose al artículo 350 de la Constitución

Verónica V. Rodríguez G.

Los  venezolanos que votaron contra el modelo político de Hugo Chávez en las elecciones parlamentarias de septiembre vieron cómo su voluntad se veía disminuida en diciembre. Así lo considera Alberto Soto, doctor en Ciencias Políticas (USB) e investigador asociado del Instituto de Derechos Humanos de la Universidad Complutense de Madrid.

La aprobación apresurada de una veintena de leyes por una Asamblea Nacional “moribunda” representa, según Soto, un golpe de Estado contra los parlamentarios electos: ya cuentan con un cerco que busca eliminar la posibilidad del debate.

La mayoría de las leyes sancionadas en las últimas sesiones de la fenecida Asamblea incluyen  conceptos vagos, que bien podrían servir como comodín ante cualquier situación. Soto advierte sobre la posibilidad de utilizar las nuevas leyes a conveniencia y hace un llamado a mantenerse alertas frente a los abusos de poder y las violaciones de la Constitución.

—¿Cómo se ve el panorama político del país, tras la aprobación de leyes de forma apresurada e inconsulta?

—El paquetazo implica una violación a los derechos democráticos universales y una ruptura de las obligaciones internacionales que tiene el Estado venezolano. Con estas leyes ilegítimas e inconstitucionales, se transforma por completo el orden jurídico-político del país, quebrando el estado de derecho. Esto dibuja un panorama sombrío. El Gobierno deja  atrás la apariencia de constitucionalidad: cada vez es más común la aplicación de fórmulas autoritarias, razón por la cual se ha acelerado considerablemente la crisis política.

—¿Cuál es el objetivo de acelerar la crisis política?

—Llevar a la sociedad hacia el límite, asfixiarla; haciendo que se sienta desmoralizada. Una sociedad ahogada no puede hacer frente a imposiciones autoritarias. Si se consigue acallar a la disidencia, se facilita la imposición de un pensamiento único y la abolición del pluralismo democrático.

—¿Todo esto con miras a las elecciones presidenciales de 2012?

—Por supuesto. En días pasados, decía Pedro Nikken que todo indica que el Presidente no invitará a que lo reelijan en 2012, sino que le ordenará al electorado que lo haga. Todas las acciones emprendidas a partir de las parlamentarias son a sabiendas de que al reloj que lleva las cuentas de la revolución bolivariana se le está acabando la arena. Chávez tiene los días contados y lo sabe. Tras la caída electoral de septiembre, los números no dan y la preocupación se hace sentir.

—¿Actúa, entonces, por desesperación?

—En cierta forma. Aunque no creo que esté tomando decisiones desesperadas; más bien lo hace concienzudamente, evaluando los costos políticos de todo.

—¿Por eso la decisión de vetar la Ley de Universidades (LEU)?

—El recule no puede verse exclusivamente como respuesta a la presión del movimiento estudiantil. El Presidente está tanteando el terreno, viendo qué puede hacer y qué no. El veto a la LEU responde a un cálculo costo-beneficio. A Chávez se le juntaron muchas crisis al mismo tiempo y los estudiantes siempre han sido el detonante de los cambios políticos.

—¿Son los estudiantes quienes pueden hacerle frente al Presidente?

—Uno de los grandes errores de la oposición es pensar que el futuro de Venezuela está en manos de los estudiantes. Sí, son actores fundamentales para cualquier cambio político, pero es una irresponsabilidad dejarlos solos en una lucha que corresponde a todos por igual.

—¿Dónde se debe dar la lucha?

—No hay un escenario único. Cada quien debe mantenerse activo: los diputados desde la Asamblea, estudiantes y profesores desde las aulas… Además, se debe dar la batalla en la calle, para figurar incluso internacionalmente. Gandhi decía: “La democracia no está hecha para quienes se portan como borregos”. Es necesario acogerse una vez más al artículo 350 de la Constitución.

—La desobediencia civil se convirtió en tabú para muchos, dados los resultados negativos del pasado: 11 de abril, paro petrolero… ¿Sigue siendo el artículo 350 la mejor opción?

—La destrucción moral no puede llevar a la inacción. Los errores del pasado son circunstanciales. La protesta pasiva es un derecho constitucional de los venezolanos.

—El oficialismo repudia la protesta pasiva, arguyendo que las “guarimbas” solo buscan la desestabilización.

—Es cómico que un principio tan defendido en los tiempos de la Constituyente sea criticado por quienes lo propusieron. El deterioro democrático y la aparición de tendencias totalitarias dejan pocas opciones para preservar el poder soberano del pueblo. Hay que saber utilizar el principio de la desobediencia civil, en aras de preservar lo que queda de la democracia venezolana.

Al reloj que lleva las cuentas de la revolución bolivariana se le está acabando la arena.

Es una irresponsabilidad dejar a los estudiantes solos en una lucha que corresponde a todos por igual.

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Globovisión: medio crítico o instrumento desestabilizador

Aymara Lorenzo, Pedro Pablo Peñaloza, Juan Sánchez, William Román y Carlos Blanco cuestionan el estado actual de la libertad de expresión en Venezuela

Verónica V. Rodríguez G.

La decisión de tomar acciones en contra de las empresas del presidente de Globovisión, Guillermo Zuloaga, por su supuesta “traición a la patria”, al estar “al servicio del golpismo y de los Estados Unidos”, causó gran polémica en el país en los últimos días. Una vez más, los medios de comunicación críticos son considerados empresas subversivas y la libertad de expresión se tambalea nuevamente en Venezuela.

Dos trabajadores de Globovisión, dos miembros del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) y un investigador fijaron posición acerca de la legitimidad de la solicitud del presidente Hugo Chávez a las instituciones gubernamentales de emprender acciones legales en contra del canal que preside Zuloaga. Igualmente, se les consultó a los entrevistados sobre el estado actual de la libertad de expresión en Venezuela, dados los hechos recientes.

La periodista de Globovisión Aymara Lorenzo asegura que la persecución a Zuloaga está “vinculada al ejercicio de poder de un gobierno que, aunque fue electo democráticamente, ha transgredido los límites para ubicarse en el campo de un régimen autoritario”. En este sentido, considera que el Estado se ha convertido “en violador de derechos fundamentales, como el derecho a la libertad de expresión, a la propiedad privada, al trabajo y a la vida misma”.

Lorenzo añade que la libertad de expresión se encuentra en amenaza permanente en el país. Su compañero Pedro Pablo Peñaloza la respalda, al asegurar que ésta “no ha terminado de desaparecer no por una concesión del gobierno, sino porque periodistas, medios y la sociedad en general se resisten a callar”. “Aquí no hay libertad de expresión ‘gracias’ al gobierno, sino ‘a pesar’ del gobierno”, insiste.

En contraposición, el administrador Juan Sánchez, militante del PSUV, dice que el Presidente tiene sus razones para hacerle frente a Zuloaga y a Globovisión, “por participar en planes desestabilizadores”. Arguye que el canal privado ataca constantemente la Constitución, y que “Chávez no es ningún violador de la libertad de expresión; más bien, es ‘Globoterror’ quien viola a diario los derechos del pueblo”.

El abogado William Román, también “psuvista”, concuerda con Sánchez: “Zuloaga es autor intelectual de una campaña de criminalización contra Chávez; es un prófugo de la justicia venezolana y como tal debe ser tratado”. Al referirse al tema de la libertad de expresión, se pregunta: “¿Acaso las libertades no tienen límites? ¿Usando el derecho a la libre información como bandera, se pueden violar los demás derechos constitucionales?”.

El economista Carlos Blanco, quien se desempeña como investigador de la Universidad de Boston sobre democracia y autoritarismo en América Latina, sugiere que la persecución contra Zuloaga es un intento por “confiscar el paquete accionario del canal, para controlarlo”. En su opinión, ésta sería una muestra más de que “en Venezuela, en el marco del Estado, no existe libertad de expresión alguna”.

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“Queremos darles voz a todos los vecinos”

Militza Artega, directora de la Casa de la Comunidad de La Candelaria, asegura que su trabajo es hacer que se tomen en cuenta las ideas de la gente

Verónica V. Rodríguez G.

Un galpón enorme, ubicado en la Avenida Este 2 de La Candelaria, se convierte a diario en el escenario de las más diversas actividades: mercados populares, operativos de cedulación, clases de aerobics para la “juventud prolongada”, reuniones del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV). En el año 2005, después de pasar más de diez años abandonado, aquel local fue el lugar ideal para fundar la Casa de la Comunidad de La Candelaria: un sitio que nadie sabe muy bien qué es; en el que convergen, en un solo espacio, improvisadas “oficinas” para los representantes vecinales, y tarantines repletos de verduras que se venden a precios solidarios.

Militza Arteaga, una abogada de 55 años, ejerce de directora de este centro de varietés. Los vecinos se refieren a ella como la “Diputada”, aunque no desempeña tal cargo público. Sentada frente a su escritorio –una mesa de plástico cubierta por carpetas y papeles, ubicada a pocos metros de la muchedumbre de gente que hace las compras para la semana−, explica en qué consiste su trabajo. “A mí me toca organizar las actividades de la ‘Casa’. Busco gente que quiera ayudar con los proyectos que salen a partir de las sugerencias de los vecinos. Mi mayor responsabilidad es con la gente; soy una especie de intermediaria entre los habitantes de La Candelaria y las autoridades locales”, dice.

En la Casa de la Comunidad no solo se dedican a promocionar actividades de esparcimiento, o a combatir los elevados precios de los alimentos; también intentan encontrar soluciones para los problemas que más preocupan a aquellos que viven en la zona. “Queremos darles voz a todos los vecinos, para que sus ideas sean tomadas en cuenta. Últimamente, hemos logrado bastante a través de recolección de firmas”, asegura la “Diputada”.

Entre sus últimos logros, se encuentra la promulgación de una ordenanza municipal que obligará a los dueños de tascas y licorerías –que abundan por La Candelaria− a mantener a sus clientes apartados de lugares residenciales. Además, Arteaga insiste en que la medida ha hecho que haya mayor despliegue policial en la zona. “Desde hace tiempo la gente se quejaba porque por las noches había muchos borrachos por las calles y no dejaban dormir a nadie; ahora, hay operativos policiales de jueves a sábado, y los oficiales se llevan a todos los que estén fastidiando por ahí”.

Acerca de los proyectos futuros, la “Diputada” anuncia que en las próximas semanas estarán presentando ante las autoridades pertinentes varias propuestas que incluirán las ideas de los vecinos sobre cuál es el mejor uso que podría dársele al Sambil La Candelaria, después de que se hiciera oficial su expropiación a principios del mes de noviembre.

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“La Candelaria se convirtió en zona roja”

Eyleen Cruz, una vendedora ambulante de 33 años, asegura que ya no puede estar tranquila en la calle donde creció

Verónica V. Rodríguez G.

Siempre he vivido aquí (en un edificio ubicado entre las esquinas Paradero y Venus, en La Candelaria): me trajeron directo de la Maternidad. Por eso me duele ver en lo que se ha convertido esto. Cuando yo tenía ocho años, cerrábamos esta calle todos los domingos para hacer patinatas familiares. Ahora que mi hijo tiene esa edad, se cierra la calle cada vez que cae algún muerto a manos del hampa. Y esto pasa más seguido de lo que uno esperaría.

La semana pasada mataron a un hombre frente al kiosco donde mi chamo compra las chucherías. ¡No eran ni las ocho de la mañana! Yo venía de dejarlo en la escuela y escuché los disparos. Me lancé al piso y del susto tiré todo lo que cargaba encima. Apenas pude ver cómo un hombre caía al suelo y moría en el acto –luego supe que era un choro−. Sus “compañeros” (resalta, con un dejo de ironía) se montaron en una camionetota, todavía con los hierros en las manos, y salieron pitados. Todo esto, al tiempo que un chamo como de mi edad se agarraba la cabeza con una mano, y con la otra sostenía una pistola. El sangrero era horrible. Salió corriendo como pudo y dicen que llegó a la Cruz Roja y que ahí lo medio parapetearon.

Según me contaron, el muchacho vive aquí cerquita (señala hacia la otra cuadra, la que va desde la esquina Venus hasta la entrada de la Avenida Libertador), es guardia de seguridad –por eso andaba con pistola y se salvó de bromita−, y la camionetota era suya. Hay quien dice que lo querían secuestrar porque le tenían tirria y lo iban a matar; otros, que querían robarlo. Total que se armó un alboroto porque el tipo tenía sus contactos. Hasta salieron fotos en la prensa. ¡Qué orgullo, vale! Que la fachada de tu edificio aparezca en la sección de sucesos del periódico, con un cadáver en la puerta: una invitación para conseguir nuevos inquilinos, ¿no?

La Candelaria se convirtió en zona roja, después de haber sido sinónimo de cultura durante tanto tiempo. Todas las noches había algún evento: una fiestica por aquí, un local presentando músicos en vivo más allá… Ahora hay que estar loco para andar fuera de casa cuando dan las ocho de la noche. Si toca llegar tarde, hay que andar rapidito y con veinte ojos, por si acaso. Antes la vida nocturna de la zona era famosa; las tascas estaban abiertas hasta la madrugada y el ambiente era súper agradable. Ya eso no existe. A las nueve de la noche ya no hay vida por estos lados.

Por lo menos dos o tres veces en semana se escuchan tiroteos en la madrugada; casi siempre al nivel de la avenida Andrés Bello (a una cuadra del lugar). Desde que el edificio que está al lado del Banco Mercantil (sede principal) fue invadido por unos impresentables, esto se ha convertido en un infierno. Además, están también los invasores de la que la era la Torre Viasa. Prácticamente, estamos rodeados: “si no nos agarra el chingo; nos agarra el sin nariz”.

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La defensa de la vida es fundamental para la Iglesia católica

El padre “Pepe”, sacerdote por más de 30 años, advierte que legalizar la eutanasia y el aborto violaría el mayor bien de la Humanidad: la vida

Verónica V. Rodríguez G.
verovicky@gmail.com

A las 10 de la mañana de cada domingo, la escalinata de la iglesia Santa María Madre de Dios, ubicada en Manzanares, se va haciendo cada vez más estrecha ante la gran afluencia de feligreses que buscan los mejores puestos para oír la Santa Misa. Pocos minutos antes de que comience la ceremonia ya no queda ni un puesto libre; decenas de personas se quedan de pie para escuchar el sermón dominical en la voz con cierto dejo gallego del párroco José Martínez, mejor conocido como padre “Pepe”.

El sacerdote, nacido en Orense (Galicia, España), llevaba un largo período trabajando en Chile cuando, en 1990, fue llamado a regresar a Venezuela, donde había vivido años atrás. La asociación de vecinos de Manzanares solicitaba su presencia de nuevo en el país para fundar una parroquia bajo su tutela. 20 años después, la iglesia que dirige es de las más visitadas; y él, uno de los sacerdotes más reconocidos de Caracas, por su labor como asesor en distintas áreas y por las actividades de acción social que ha asumido.

A pesar de haber ingresado al Seminario de Orense en una época en la que las familias enviaban obligados a sus hijos varones a sitios como aquél para que tuviesen una educación gratis de buena calidad, el padre “Pepe” asegura que lo suyo sí fue verdadera vocación y no se arrepiente de su decisión. Todavía hoy, con más de 30 años de sacerdocio, defiende fervientemente los preceptos de la fe cristiana.

“La Iglesia defiende la vida por encima de cualquier otra cosa. La legalización del aborto y de la eutanasia significaría una violación de lo que es más preciado para todo ser humano. No está en manos de los hombres decidir quién tiene derecho a vivir y quién no. En general, el derecho a elegir es importante, he allí el principio fundamental del libre albedrío; pero, en el momento en el que eligiendo se vulnera una vida humana, ese derecho pierde toda legitimidad”, sentencia de forma tajante, al referirse a la discusión que se mantiene en la Asamblea Nacional sobre la promulgación de una ley que permitiría la eutanasia en el país; cuyo paso siguiente sería la legalización del aborto, tal como ha ocurrido en otros países.

“Es cierto que hay un descrédito generalizado ante la Iglesia católica, pero eso no implica que haya también fuertes dudas de fe. El rechazo es hacia la Institución y, en mayor medida, hacia un grupo de sacerdotes que se han alejado de nuestras creencias”, afirma el padre “Pepe” ante la polémica mundial suscitada por el descubrimiento de clérigos involucrados en casos de pedofilia.

Hay quienes sugieren que situaciones como ésta son una perversión que proviene de la imposición del celibato. “Se dice que privarnos de algo tan natural es inhumano, pero es un asunto de fidelidad a Cristo. Es un don del Espíritu Santo y como tal conlleva una sensación de plenitud que es difícil entender si no se experimenta. No hay razón para pensar que por tener una relación tan pura con Cristo pudiera caerse en una parafilia tan desagradable”.

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En las fábricas de ropa trabajan “al trancazo”

Ana Rodríguez, modista desde hace 50 años, asegura que las tiendas son una amenaza para su oficio, porque venden ropa más barata, pero mal hecha

Verónica V. Rodríguez G.
verovicky@gmail.com

Desde que era una niña, Ana Rodríguez, una inmigrante canaria de 70 años, trabaja como costurera. A los 20, recién llegada a Venezuela, hizo un curso de modista; desde entonces, nunca se ha apartado de su máquina de coser, marca Singer. Hoy, medio siglo después, continúa trabajando en su apartamento, en Alta Vista, Catia. Afirma que se mantiene fiel a los principios que le enseñaron y a una forma de hacer su trabajo que, según ella, ya no existe.

Dice no ser costurera, sino modista. ¿Cuál es la diferencia?
−Costurera es la que cose al estilo de fábrica; modista es la que se dedica a la alta costura.
¿A qué se refiere con “alta costura”?
−Es un estilo más fino. Se toman las medidas y se hace el patrón para hacer la base; casi todo se remata a mano y el producto es mucho más delicado.
−¿Una modista nace o se hace?
−Algunas cosas se pueden aprender, pero a uno tiene que gustarle, porque si no…
−¿Qué se necesita saber para trabajar en esto?
−Coser con la aguja y el dedal, y cortar con la tijera. Eso es todo.
−¿Siempre ha trabajado en su casa?
−Estuve un tiempo en una fábrica, pero no aguanté. Es un estilo muy diferente: hacen todo por hacer.
−Desde que comenzó a trabajar, ¿ha cambiado en algo su oficio?
−Nooo. Cuando yo aprendí, era todo muy delicado. Ahora todo el mundo dice que sabe coser y se hacen las cosas al trancazo, estilo fábrica.
−¿Qué destacaría de su trabajo como modista?
−Que soy muy delicada. Hago las cosas bien hechas. Si algo me sale mal, tengo que desbaratarlo todo y hacerlo de nuevo.
−¿Y eso no lo hacen en las fábricas?
−No. Ni en las fábricas, ni muchas modistas. Dicen que son modistas y después no sirve lo que hacen. En mi época, todo era delicado. A mí me enseñaron así;  no sé coser de otra forma. Lo malo es que ya nadie trabaja así.
−¿Todavía es rentable trabajar en esta área?
−A veces no. Hay muchas personas que compran la ropa hecha: es más barata. A la medida todo es más caro.
−Entonces, ¿son las tiendas de ropa una amenaza para su oficio?
−Sí, yo creo que sí. Aunque todavía hay quien tiene sus diseñadores de alta costura. Quienes lo pueden pagar; pero la mayoría de la gente se compra la ropa en tiendas, en mercados… Ya nada es como antes.
−Gracias por la entrevista, mija. A mí nunca nadie me había entrevistado.

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Entrevista informativa

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